miércoles, 25 de marzo de 2020

Pienso en los días en que el teléfono te insulta en la mejilla
y te escupe y te reprocha que no hagas caso a tus entrañas,
esos días en que agarras el teléfono
como quien toma a su destino por el pelo y
le envías un mensaje.
No estoy hablando de los días
en que la nostalgia asoma su rostro vagamente por su alma
o de querer un encuentro casual con una piel ya conocida.
No.
Me refiero a esos días
en que te dirige un ansia carnívora de nueve vueltas
que solo puedes apagar
con el cuerpo en dirección hacia el orgasmo.
Hablo de esos días en que vuelves a sentir
que somos de madera para arder.
Hablo de una invasión,
del deseo clavando en la piel.
De esos días en que la normalidad te sabe a ocio
y, sin otra opción posible, escribes un mensaje.
Entonces no te caben las letras en los dedos de la emoción,
de las ganas de escribirle
siempre ...
Hay días en que olvidamos que somos imposibles y solo necesitamos prender en una alcoba, colchones sin pretextos, volar sobre la vida.
Días que no son para medir distancias
sino para romperlas, diseñados simplemente
para hacerle daño a la tristeza.
Entonces te recoge de la tumba de las camas separadas y abres el Paraíso con las llaves de su risa
y sale la poesía por los poros
y encuentras caramelos en sus ropas
y encuentras el sudor en catarata
y el cielo abierto entre sus piernas
y te quedas allí a vivir por unas horas en la fiesta más brutal de los sentidos, y por una noche pensar
que todo podría volver a suceder ...
Pero durará poco. Al amanecer
volverá la cordura,
dando por cerrado el episodio,
sabiendo que hay amores que se extinguen, incendios de una noche que hoy perecen.
Y tendrás que volver a la rutina de mañanas sin su boca y amigos con consejos y pelis porno con nostalgia.
Pero esta vez sabrás qué hacer.
Dejarás el corazón en modo siempre
esperando a que esa bestia de seis letras que llaman pasión te acorrale nuevamente hacia su casa
y te obligue a acudir
con un mensaje quemándote en los dedos
dirigido, sin remedio, hacia tí.