El alma, no desprecia lo desconocido, ni siente soberbia por tanta riqueza. Tan vulnerable y por ello tan protegida, ha descubierto la calma en el ojo de la tormenta y espera con una paciencia de la que no hace alardes. Hasta que un día alguien la toca y despierta aunque jamás haya estado dormida, y se entibia sin haber estado helada, y se seda sin ser áspera y se ilumina sin estar oscura.
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