martes, 9 de febrero de 2016




Es que no te diste cuenta, o quizá nunca lo quisiste ver. A ella se le iluminaba el rostro cuando hablaba de ti, la tristeza que había en sus ojos se convertía en arruguitas de felicidad, su sonrisa era la más grande que había visto en mi vida. No precisamente por ti, sino por quien comenzaba a ser desde que tú llegaste.
Pudiste ser su beso despertador en las mañanas de invierno, el café que bebe para comenzar el día o el té que la acompaña cuando no puede dormir; pudiste ser la razón de infinidad de poemas, o la canción que tarareaba al sonreír. Pero elegiste hacerle caso al miedo; preferiste huir de mente y quedarte en cuerpo, aún a sabiendas de que la romperías, como tantas veces la han roto ya.
Afortunadamente e infortunadamente, está hecha de barro. No importa cómo la moldees, no dejará de ser ella; regresará a la tierra, se nutrirá de alegrías y tristezas y, pasado el tiempo, tomará una nueva forma, bailará las melodías que le cantaste en las madrugadas, escribirá poesía indiscriminadamente y vivirá para ella, mientras tú te quedarás con el amargo sabor de lo que no fue, las manos vacías y el eterno eco de su voz retumbando en tus oídos.
Y es que no te diste cuenta, o quizá nunca lo quisiste ver, pero ella, que está hecha de barro, tiene un corazón. A ella le sientan bien todas las emociones y eso la hace inolvidable.






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